Cuando estaba embarazada jamás pensé que tener un hijo iba a ser lo que ha resultado ser. Ni la mitad de lo que ha sido.
No es que sea más malo o mucho mejor sino sólo diferente.
Me imaginaba caminando por la calle con mi hijo de la mano. El hablándome, preguntándome cosas.
Me imaginaba menos cansada, siempre alegre y dispuesta
Me imaginaba cosas que quizás suceredán pero que aún no ocurren.
Nace Domingo, muy pequeño y sin mucho ánimo de comunicarse conmigo. Duerme, llora, come, a veces abre los ojos ¿verá?, se sonríe y descansa.
Noches agitadas o tranquilas. Duerme un ojo, se despierta, duerme el otro.
Es un lazo tan íntimo que a veces agobia la soledad en la que uno se encuentra porque hay momentos que son sólo madre e hijo y la responsabilidad es tanta que angustia saber que se es tan indispensable.
Eso es en un comienzo.
Ahora, es diferente. Hay un conocimiento no sólo de él sino de mi en este nuevo rol y del papel mismo (algo así como un deber ser).
Cada día me siento más cómoda. Ya no extraño mi ritmo de vida anterior sino que lo miro con nostalgia pero no hay arrepentimiento ni desazón.
No sé si es tan difícil acostumbrarse a ser mamá y lo que físicamente ello implica (dar leche, mudar, sacar chanchitos, mecer, consolar, etc.) pero sí es complicado ver como la libertad se ve restringida. Aunque de a poco las prioridades que en un inicio parecen ser impuestas por este nuevo rol, pasan a ser decisiones tomadas instintivamente por uno sin mediar pensar en terceros porque éste ya está totalmente involucrado con uno.
Isidora.
viernes, 24 de agosto de 2007
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)